viernes, 6 de septiembre de 2013

El vagón gay

Es curioso cómo una persona cambia de criticar algo a quererlo por haber obtenido algo bueno de ello. Aunque no sigo totalmente de acuerdo.

El vagón gay del metro. ¡Vaya! Siempre lo he visto y desquicia que nos, gays, pidamos derechos de igualdad y solitos nos excluyamos en el metro. No estaba muy consciente de que esto pasaba, pero recuerdo un día irme en el vagón de hasta atrás porque había demasiada gente. De por sí, el vagón de hasta atrás ya estaba bastante lleno. Y entonces me fui dando cuenta. Están ahí presentes los gays que se notan gays a leguas de distancia, y los novios. De hecho, ese día fue cuando me pasó lo de homofobia de parte de un gay.

Pues bien, este domingo salí a pasearme. Tenía que viajar por dos líneas del metro. En la primera, por un vago recuerdo, me pasé del otro lado de la vía, para ir en la otra dirección. Estuve esperando por un buen rato el metro, pasó uno de la vía contraria y, por fin, llegó el mío. Me metí y, en el camino, me pregunté si tomé la dirección correcta. A la siguiente estación me doy cuenta de que no fue así. Riéndome de mí mismo, tomé la dirección contraria.

Bien; a la segunda línea estaba el metro parado, esperando para partir. Me fui a uno de los extremos, al penúltimo, y estaban varias personas. Me asomé al último y estaba totalmente vacío, casi parecía que estaba cerrado. Fui a ése para ir tranquilo, y había dos personas. Resulta que, en vez de ser el primer vagón, era el último. Y ahí fui, reflexionando en mi mente, pues entraban gays y gays. El que tiene experiencia, puede distinguir a un gay muy fácil. Sólo hay que prestar atención.

Y yo criticando esa mala costumbre (en mi mente, claro). Yo me hago una promesa: cuando yo tenga un novio, nos iremos en el vagón del medio o en el primero; jamás en el último. Bien, pues, llegué a mi estación y salí, hice lo que tuve que hacer. Ya, de regreso, bajé al metro. Veo que está parado, puertas abiertas. Entré en seguida. El metro parado, mucha gente y un calor infernal. Entonces me fui al de hasta atrás.

No lo negaré, estaba más cómodo con menos gente. Aquí viene lo bueno: me senté y vi más allá a un chico que se veía atractivo de espaldas. Bueno, a ver si voltea y lo checo.

Volteó. Me vio.

No era de esos guapos así super varoniles, sino que tenía un carisma que se le notaba en el rostro. Creo que pasó un par de estaciones más, y me volvió a ver. Era como una mirada concretamente dirigida hacia mí, pero no tan directa como cuando ves a alguien y se sonríen. Fue más discreto, pero claro. Mi cuerpo tiene algo que me conoce: nunca me quedo con la duda. Además, cuando me pongo nervioso, mi corazón late intensamente, tal que hasta se ven en mi camisa los latidos. Y yo, sin plan alguno, ya me había puesto nervioso.

Carambas, me dije. Pero recordé lo peor de todo: que llegas a tu casa y te quedas con la duda. ¿Y por qué la duda? Por no vencer a los nervios. Venga, pues. Eso sí, hay que siempre aprovechar o improvisar acorde a la situación en la que esté. De suerte que el metro se detenía en cada estación por un buen rato, me hice el plan a preguntarle si se estaba deteniendo en cada estación así.

Pero no, hombre, ¿cómo rayos iré a preguntarle eso, si él está hasta allá? Sencillo: cualquier persona es X para cualquier persona en donde sea. Si voy y me cambio de lugar, ¿a quién rayos le importará? Estaba nervioso, de hacerlo o no. Entonces me paré, aún preguntándome si lo estaba haciendo o no, y caminé hacia donde él estaba. Me senté cerca de él, tal que ninguna persona estuviera en medio. Ni lo volteo a ver. Simplemente exhalo como de cansancio, estrés. "Ay, el metro...".

Después de un par de estaciones, volteo hacia donde está él para "ver el esquema de la línea del metro". Le doy una rápida mirada y me doy cuenta de que tenía una expresión como de ¿Me quieres decir algo? Claro, sin verme a mí. Después de otras estaciones, él hace lo mismo. Y cuando me decido a hablar, cuando llegamos a una estación (cuando viaja el metro hay mucho ruido), caray, que el metro avanza normal.

De suerte que, en la siguiente estación, se volvió a tardar. El momento de la verdad. Le dije: ¿oye, el metro se ha estado parando así todo el tiempo?

Y así, se entabló una conversación. Le pregunté de qué estación venía, me contó que estaba aprendiendo italiano, que iba en la escuela tal (universidad). Entonces le pregunté su edad. Era 4 años mayor que yo. Le dije yo mi edad, y como que en la mente de los dos quedó claro que no daba para bien. Cosa curiosa: al principio, cuando le pregunté, vi en su cara una sonrisa con una expresión como coqueta, astuta, que decía: ya sé de qué se trata, veamos cómo va. Y en toda la conversación, una sonrisa y una mirada que dice algo más.

Ya después me dijo que se bajaba en la estación que sigue. Me dijo: un gusto conocerte. Y yo igual. Entonces me senté en el asiento de la ventana, cómodamente y con una cara de triunfante, pues hice lo que quise hacer. Noté un par de miradas de la gente que ahí iba, como que me notaron. Chido por ellos jajaja.
Y ya cuando el metro avanzó, obviamente iba a verlo cuando pasara, y también me vio. Nunca supe su nombre, pero de nada servía.

Conclusión: en comparación a la vez anterior (Bershka), hay que ser más sutil. Suave. Que sea como un teatro: que la gente no note la verdad.

Me encanta que la pregunta que hagas, o el comentario que hagas, no importa lo ridículo que llegue a ser. "¿Con qué te peinas?" ¡Ja! Caramba, que es la pura finta. Es el cliché.

Y ya, a la segunda línea, de regreso, me metí al vagón del medio, pero me pareció ver a un gay y me pregunté: ¿Estoy en el vagón gay de nuevo? Así como de ¿otra vez? Jjajajajaa.

La vida es ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario